16/7/09

EN BUSCA DE LA CONCHA PERDIDA.

DIA 4 D.C.
A las 7 horas los continuos ajetreos, preparatorios de una nueva jornada, de unos peregrinos nos despiertan. Al salir del albergue nos fascina un impresionante amanecer con discretas nubes.
Desayunamos y buscamos como locos una señal que guíe nuestra senda. Hay un continuo encuentro de cruces y más cruces de carreteras y ni la concha ni la flecha amarilla aparecen. En esta tesitura optamos por acompañar a los camioneros y sus camiones; bien es cierto que si hubiera peregrino que seguir amablemente acompañaríamos.
Atravesamos Vegadeo y dejamos atrás Asturias patria querida; Galicia nos deleita con verdes valles y montañas. A tres km aproximadamente ascendemos dirección a Trabada; un Pink Fish que no Red Bull (dicen que da aletas) repone minerales al sufrido cuerpo del peregrino. Volvemos a ascender para dirigirnos a Lourenzá, allí su plaza con su ayuntamiento e iglesia nos sorprenden gratamente.
Acudimos prestos, tras sugerencia de un nacido y residente del lugar, a O Pipote. Allí mano a mano fuimos incapaces de dar fin a un suculento conejo (según la dueña; casero) bien acompañado de sus correspondientes patatas y judías.

La ingesta, nos dificulta el molesto ascenso que nos lleva a la venida a menos localidad de Mondoñedo, do no queda ni el obispo. Tras vencer la tentación, a la vista de la estación, de pillar el primer autobús de vuelta a Madrid, el peregrino sube trabajosamente la penosa cuesta que le lleva hasta el albergue, donde esa noche sucederían hechos y acaecimientos que los castos dedos del que niénganse a teclear. No obstante, el que el peregrino (no temas, lector) no es más que un mero testigo, nunca protagonista.


Lo que sí podemos relatar es lo siguiente: en la ruta no encontramos a nadie en bicicleta, salvo un par de itali-anos oriundos de la zona de la Camorra, y una pareja mixta de allende Sierra Morena. El peregrino, observador incansable de la realidad que le rodea, se ha percatado, tras la tercera pernocta coincidente con esta última pareja, que la primera noche ambos ocuparon un par de literas, ella la superior, él la inferior. La 2ª pernocta hoyaron catres contiguos, pero separados. Y la 3ª, el peregrino hayóse de bruces con ambos miembros (de la pareja) en el mismo camastro. Tal hecho no deja de sorprender al curioso observador que alelado se pregunta si semejante sucesión de variantes responde a una cuidada planificación marital o simplemente obedece al arbitrario capricho de los vaivenes hormonales de la sub-bética. Y es que el haba se cuece en cualquier latitud.

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